Si alguien amablemente nos dice que somos inteligentes, seguramente nos ruborizaremos un poco y nuestra autoestima se incrementará mucho más. Se trata también de un halago muy frecuente entre las mamás con respecto a los hijos —propios y ajenos—. Es muy fácil decir que una persona es inteligente, demostrarlo es otra cosa.
La primera complicación se presenta si asumimos que la inteligencia se evalúa por nuestra capacidad de entender y comprender pues hoy más que nunca, pareciera que los seres humanos entendemos y comprendemos muy poco acerca de nuestro entorno ambiental, de nuestras relaciones personales y de nuestras propias capacidades pues no logramos grandes mejoras en estos temas.
Mejor pasemos del ámbito personal al empresarial. Ya hemos conversado sobre los negocios inteligentes así que intentemos descubrir los trabajos inteligentes. Demos por sentado que hasta ahora, la realización de un trabajo es asignado siempre a una persona y que también todas las actividades humanas implican “trabajo” en mayor o menor medida (la Real Academia Española lo define como el “esfuerzo necesario para conseguir algo”).
Aunque ya existen robots —más bien máquinas— que pueden realizar tareas complejas y detalladas, éstos no requieren comprometerse con su patrón ni necesitan motivación, bastará con algunas buenas líneas de código. Así podríamos establecer que los robots no trabajan y los humanos, sí. Nada más cierto eso de que “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19) pues nuestros amigos robots tampoco sudan.
Otra complicación al hablar de inteligencia en nuestro trabajo surge cuando confundimos el esfuerzo con el resultado, o lo que es peor, creemos que lo importante es cuánto trabajamos (cantidad) aunque el objetivo alcanzado sea muy pobre (calidad). Y por si fuera poco, nuestra inteligencia “humana” está íntima y peligrosamente relacionada con nuestras convicciones —correctas o alocadas—, lo que nos empuja a tomar decisiones poco inteligentes.
Llevamos años con campañas que buscan crear conciencia en los usuarios de dispositivos electrónicos haciendo hincapié en el cuidado de nuestros datos personales y muy particularmente en el uso de las contraseñas. Nos recomiendan que combinemos números, letras y algún signo especial para dificultarle la tarea a los ciberdelincuentes.
¿Cuál ha sido el resultado? Que en 2021 se utilizó más de 100 millones de veces la contraseña “123456”. La resistencia a cambiar nuestras costumbres es notable, hasta para lavar el automóvil. Podemos ver que en los autolavados siguen usando franela para secar los autos pero la microfibra es tres veces más absorbente, se seca más rápido, casi no desprende pelusa y su costo es mucho menor.
En nuestro trabajo cotidiano ocurre algo similar. Llegamos todos los días con el mismo retraso a la hora de entrada —“¿por qué me voy a levantar 20 minutos más temprano?”—, seguimos utilizando la misma hoja de cálculo que nos marca error —“¿por qué la voy a arreglar si no me pagan más?”— y participamos en las mismas juntas que no resuelven gran cosa —“si dejo de participar en la reunión van a hablar mal de mí”—.
De vez en cuando deberíamos recordar que estamos viviendo la Cuarta Revolución Industrial —los románticos pueden seguirle llamando Industria 4.0— y que además del Internet de las Cosas y el Big Data existe la Integración de Sistemas cuyo principal objetivo es aumentar la productividad, disminuir pérdidas, optimizar recursos y llevar la transformación digital dentro de las industrias.
¿Sigues utilizando una libreta para anotar las cosas importantes o memorizando tus citas en lugar de ponerlas en tu teléfono? ¿Cuándo surge algún problema en tu trabajo esperas algunas semanas hasta que lo resuelve el área de sistemas? ¿Tienes que trabajar horas extras porque surgen diferencias “extrañas” en tus cifras? Entonces tal vez trabajas intensamente pero no de manera inteligente.
En Spechi aún no utilizamos robots para atender a nuestros clientes, pero sí les proponemos soluciones inteligentes para hacer más eficiente su negocio. Haz una cita para ponernos a prueba.