¿Quién no se ha visto asombrado, o al menos intrigado cuando está frente a un acto de magia bien ejecutado? Es difícil permanecer indiferentes cuando David Copperfield “desaparece” la Estatua de la Libertad ante nuestros ojos. Bueno, en realidad no la desaparece y tampoco tenemos los ojos puestos en ella. ¡Pero vaya que se trata de un evento digno de recordar y comentar con otros!
Santa Wikipedia nos dice que la magia o ilusionismo “es un arte escénico, subjetivo, narrativo y espectáculo de habilidad e ingenio, que consiste en producir artificialmente efectos en apariencia maravillosos e inexplicables mientras se desconoce la causa que los produce”. Lo asombroso del caso es que sabemos que se trata de una ilusión, pero no nos interesa demasiado conocer cómo se construye ésta, solo queremos disfrutarla.
El mismo mago Copperfield afirma que “el verdadero secreto de la magia radica en el rendimiento”. Lo dice el que es considerado el mejor ilusionista de nuestro tiempo y que después de más de 50 años ejerciendo la magia sigue presentando cada semana su espectáculo en Las Vegas. ¡Eso es rendimiento puro!
Un buen número de empresarios considera que el consultor puede hacer magia en su negocio y transformarlo en un dos por tres en una organización productiva y exitosa si se le pagan los honorarios adecuados. Esta es una verdad a medias. Los honorarios de un consultor no están directamente relacionados con el nivel de cambio de la empresa atendida (a mayor mejora, mayor honorario).
Un buen consultor efectivamente puede contribuir a la transformación de una empresa, siempre y cuando (aquí viene el inevitable “pero” K) los colaboradores de la misma realicen su parte. Ninguna empresa del planeta mejora ni siquiera un poco con tan solo pagar los honorarios de un consultor. La empresa tiene que “hacer la tarea”, poner en práctica el cambio o mejora que propuso el consultor (previa aprobación del empresario).
¿Cómo podemos identificar a un consultor? Quizás por la “pinta” pues tendrá apariencia de consultor. Ahora bien, ¿cómo asegurar que se trata de un buen consultor? Esa es otra historia.

Si nos apegamos a la definición de consultor que nos da la Real Academia Española «que da su parecer, consultado sobre algún asunto» entonces podríamos afirmar que cualquier persona que cuente con amplia práctica en una determinada disciplina está lista para “dar su parecer”, para ser consultada.
Es aquí en donde comienza la verdadera aventura. Cuando tenemos la necesidad de atender un asunto ¿solo queremos escuchar una opinión o estamos buscando una solución? Seguramente si alguien de buena fe nos dice "invierte tu dinero en acciones de Amazon ¡a mí me funciona!", no tendremos inconveniente en escuchar el consejo, agradecerlo y consultarlo con la almohada (o la pareja J) pues no nos cuesta un solo centavo dicha opinión.
En cambio, si seguir un consejo implica contratar más personal, reducir los gastos, introducir nuevos productos al mercado o reorganizar el área de producción entonces deja de ser un simple consejo, también deja de ser gratuito y no bastará con consultarlo con la almohada pues requerirá un mayor involucramiento de todos en la empresa. ¿Queremos un consejo o una solución?
Esto es lo atractivo de la consultoría, la puesta en marcha de la propuesta de mejora para validar su utilidad sin perder de vista que el resultado, bueno o malo depende de ambas partes: empresa y consultor. Creer que un buen consultor solo cosecha éxitos en todas las empresas que atiende es una utopía (o una ilusión pero sin magia). Un buen consultor plantea soluciones, así sin adjetivos.
El nivel de éxito de la solución es una tarea conjunta. ¿De qué sirve un cronograma detallado con las acciones a realizar si éstas no se llevan a cabo? ¿Cuál es la utilidad de contar con un empresario entusiasta que no facilita los medios a sus colaboradores para que pongan en práctica las mejoras propuestas (horarios flexibles, menos juntas, menos trabajos urgentes)?

De igual manera ¿cuál es el beneficio de contratar un despacho de consultoría de renombre que no dispone del personal necesario (ni las ganas) para acompañar de manera muy cercana la puesta en marcha de la propuesta aprobada por la empresa? ¿Vale la pena trabajar con un consultor que imponga su metodología sin tomar en cuenta las opiniones y peticiones de los colaboradores de la empresa atendida?
Christopher Paolini, escritor estadounidense conocido por su saga de libros “El legado” nos dice que «la magia es el arte de pensar, no la fuerza o el lenguaje». Esto sí va a tono con la consultoría. Uno de los principales objetivos de un consultor es conseguir que el empresario no solo opere, sino que piense antes para que opere mejor.
En Spechi no hacemos magia, aunque nuestras soluciones sí que lo parecen. Y como Copperfield, nos concentramos en el rendimiento de tu empresa, pero sin ilusionismo.
