Cuando se inicia un nuevo negocio es bastante común que éste se forme en casa, con la familia. Si en el seno familiar no se encuentra eco para nuestra iniciativa emprendedora, seguramente recurriremos a amigos, a ex compañeros de trabajo y en última instancia contactaremos a viejos colegas.
En estas circunstancias no elegimos la mejor alternativa sino simplemente la única disponible. Los emprendedores bien saben que no deben ponerse exigentes o podrían perder su oportunidad de convertirse en empresarios. La mayoría de los emprendimientos no nacen en las mejores circunstancias sino “con lo que hay”, que seguramente siempre será insuficiente.
Ahora hagamos de cuenta que ya pasaste la primera prueba y que hoy tienes al menos un socio con el que compartes el fruto del esfuerzo común (léase utilidades). En un rato más ambos se reunirán con el contador (sí, esa persona que solo pide dinero para pagar los impuestos) y revisarán la información financiera del negocio.
Literalmente te frotas las manos ante la expectativa de que podrás recibir una cantidad de cinco ceros… Bueno, tal vez sean menos ceros pero lo importante es que hay utilidades ¿verdad? Es el tercer año de operaciones y estas convencido de que ha llegado el momento de dejar de meterle dinero a la empresa para que ésta comience a generarlo.
Tu socio y tú revisan con calma los documentos que puso en la mesa el contador. La primera impresión es que todo marcha bien: el valor de los activos es adecuado, la deuda con proveedores aceptable, el saldo en bancos suficiente, las utilidades de buen nivel…
“¿Por qué las utilidades están entre paréntesis?” le preguntas al contable. “Porque son pérdidas” te contesta con calma. ¿Pérdidas? Lo primero que te viene a la mente es que tendrás que despedirte de ese viaje a la playa que tenías planeado.
Pero unos segundos después tu hemisferio izquierdo reacciona (sí, ése que sirve para analizar con lógica) y te dice que las cifras simplemente “no cuadran”. Durante todo el año estuviste al pendiente del comportamiento de las ventas y fueron cuidadosos de no incurrir en cartera vencida (esa que no se cobra a tiempo).
Vuelves a la carga con el contador. “El importe de las ventas es incorrecto” le dices con cierto aire de triunfo. “No lo es, esa cifra es la que más se cuida al momento de registrar las operaciones de la empresa”. Era inevitable que hubiese pérdida si el importe de las ventas representaba solo una tercera parte de lo que debería.
“¿Existe algún problema con el sistema de cómputo? No entiendo por qué las ventas son tan bajas” comentas de nuevo un poco nervioso. “El sistema está bien” es la respuesta. Después de una breve pausa, el contador aclara. “No olvide que llevamos dos contabilidades: la fiscal y la real. Estamos viendo la fiscal”.
El alma te vuelve al cuerpo. Ahora recuerdas que efectivamente se llevan dos contabilidades. “De acuerdo. Veamos la contabilidad real” le pides al contador. “Ésa la lleva usted y no la comparte conmigo, señor”. Tu socio te lanza una mirada incriminatoria pues sabe perfectamente que no llevas ningún tipo de registro pues confías plenamente en tu memoria. Fin de la reunión.
Te preparas para las siguientes semanas en las que tendrás que enfocarte en tratar de extraer de tu libreta los detalles de las ventas de todo un año. Tarea maratónica que además será frustrante ya que no acostumbras registrar todas las operaciones que se realizan en la empresa. Adiós utilidades y playa.
En Spechi te apoyamos para que puedas registrar todas tus operaciones cotidianas y la información financiera integral de tu negocio sea siempre trasparente para ti y tus socios, y con ello, tengas las herramientas necesarias para cumplir con tus obligaciones fiscales. Llámanos.